Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 6 años, y mi papá se ausento de mi vida y la de mis hermanas. Muy joven tuve un novio a la distancia y más tarde me case con él. Teníamos muchos problemas en mi matrimonio porque realmente no nos conocíamos.
Marcada por una profunda huella de abandono porque mi papá no estuvo presente en mi vida y luego porque la relación en mi matrimonio no era lo que yo esperaba, me sentía muy sola y creía que Dios ya no me escuchaba porque siempre le pedía lo mismo y nada cambiaba. Como yo ya estaba cansada de pedirle siempre lo mismo pensaba que Él ya se había cansado de escucharme.
Me invitaron al curso de Nueva Vida y honestamente solo fui porque no tenía nada que hacer ese fin de semana. En unas de las dinámicas cuando me dieron la cita de Isaías 49,16 «Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuada» No solo supe sino que experimente con todo mi corazón cuanto Dios me amaba. Sin exagerar, esta cita bíblica empezó una revolución en mí que cambio mi vida. Me di cuenta que no tenía que mendigar amor, porque el Rey del universo me amaba más que a nada en el mundo, me di cuenta que Él no se había cansado de escucharme, que Él no ignoraba mis problemas, ¿cómo puede uno ignorar lo que se tiene en la palma de la mano? El sentirme profundamente amada por Dios me dio mucha seguridad, subió mi autoestima, me hizo consiente de ser hija de Dios y que no tenía que usar mascaras para merecer el amor de otros. Dios me amaba tal y como yo era.
Por la gran misericordia y gracia de Dios, le pareció bien llamarme a evangelizar y compartir con los demás lo que Él ha hecho en mi vida. Desde el 2007 participo y colaboro en la EESA.
Conocer y servir a Jesús es sin duda lo mejor que me ha pasado en la vida. Y le agradezco infinitamente por todas las vicisitudes que me llevaron a rendirme a sus brazos. Soy testigo de “que TODO concurre para bien de los que aman a Dios” (Rom 8,28)